Si hablamos del Sacromonte tenemos que hablar de las zambras y de entre todas ellas acordarnos de la que fundara hace más de medio siglo María Cortés Heredia, conocida artísticamente como María la Canastera, una de las bailaoras más míticas de la ciudad nazarí.
Esta bailaora trabajó con algunas de las figuras más importantes del flamenco del pasado siglo, bailó para el rey Alfonso XIII y su arte fue el reclamo para que personajes ilustres visitasen su -ya por entonces- famosa cueva, tal y como se puede apreciar en las innumerables fotografías que decoran sus paredes junto a la artesanía típica sacromontana.
María Cortés Heredia falleció en el año 1966 y la sensación al entrar en esta mítica cueva te conduce hasta esa época. Todo en la Zambra María la Canastera permanece igual: la decoración, el formato de espectáculo… como si el tiempo se hubiese detenido, como si el flamenco siguiese igual que hace cincuenta años.
El público toma asiento en las sillas dispuestas a los lados y frente a la puerta y, casi a la hora prevista, los artistas se sitúan junto a la puerta -cerrando el círculo- intentando recrear el espacio de una juerga.
No sólo se pretende recrear el espacio, sino también el ambiente, y para ello los artistas tratan de integrar al público. A veces con unos jaleos magníficos, otras con frases como: -“¿cómo están ustedes?” que nos recuerdan a espacios muy alejados de lo jondo, como bien comentó uno de los que estaba entre el público.
Eran seis -muy dignos y muy flamencos- los artistas que estaban aquella noche. Todos cantiñeaban en los villancicos o en la alboreá, incluso uno de los tocaores nos cantó una meritoria soleá que cerró por bulerías y unos tangos con un aroma moruno inconfundible e incontestable. Los tres bailaores –muy jóvenes y flamencos- nos regalaron bailes por soleá por bulerías, tangos y alegrías muy bien ejecutados, pero un poco deslucidos por ser realizados sobre el suelo enlosado de la cueva y por el poco tiempo del que disponen.
Pero, además de mostrarnos el flamenco que llevan dentro, estos buenos artistas amenizaban la velada con chascarrillos, sirviendo vino o sugiriendo que comprásemos lotería… cuestiones que quizá no ayuden a la dignificación del arte flamenco ni de sus artistas.